domingo, noviembre 20, 2005

Ensayo Virginal

El siguiente ensayo lo escribimos entre Miguel, Matías y yo, sobre el libro "La Virgen de los Sicarios", para el concurso leer pensar hablar, con el cual pasamos a segunda ronda.


“Ésta es la ley de Medellín,

que regirá en adelante

planeta Tierra. Tomen nota.”

Fernando Vallejo, “La Virgen de los Sicarios”

Medellín, Colombia, Latinoamérica. Terrenos de desencanto, violencia y confusión; pobreza, corrupción. Pan de cada día reflejado en la prosa del escritor Fernando Vallejo, nuestro misántropo personaje-autor. El narrador de una realidad decrépita, donde, tanto ricos y pobres, caen en sus circulares pecados capitales. Los intocables codiciosos y los miserables rabiosos, juntos combatiendo en una batalla sin fin por una culpa de la cual todos son dueños y protagonistas. Como consecuencia, una encantadora violencia, tan cotidiana como Doña Muerte, nuestra sempiterna compañera (amiga).

¿Qué hacen allá los de arriba para solucionar todo esto? Pues pelearse y robar, genial solución ¿Y allá abajo? Pues genial solución hallamos también, matar y robar. La solución a esto es: ninguna; se complementan en un círculo vicioso de corrupción y sin perdón, donde la ley y la constitución no es nada más que un papel con tinta, la moral un tiro - de un sicario - al aire y la muerte nuestra fiel gobernadora.

Ahora bien, tenemos una sociedad víctima y victimaria de estos grandes estamentos. Lo que radica en que se encuentre desvalorizada, perdida, sin altura de miras, donde el escape es el Descanso Eterno y los condenados seguirán viviendo.

Partamos, pues, como la sociedad se ha volcado a un cristianismo-pagano, el cual es la única ancla de salvación existente. Imagínese usted, yendo a la Iglesia, y se encuentra con cientos de jóvenes rezándole a las representaciones católicos, ¿hermoso no? Pero sabe cual es el trasfondo de esta plegaria: primero, los jóvenes son sicarios (el sicario es un asesino a sueldo) pidiéndole a la virgen no errar el próximo tiro asesino, ¿le parece hermoso ahora? Con esto se encantará: las Iglesias los domingos están atiborradas, especialmente atrás, donde un descansador olor se respira y jóvenes felices escuchando, es el olor de la cocaína alumbrando. Aun así, éste es el único elemento que unía al narrador a su Medellín pretérito, la religiosidad. Pues aunque los ruegos varían, los devotos se ciñen de las más antiguas tradiciones religiosas para sus encomiendas.

Sigamos con la gente que vive en las comunas y a ellas mismas. Primero, las comunas, esos barrios violentos, emplazados en las periféricas alturas de Medellín, el denominado Medallo de Vallejo. En estos lugares toman parte las viciosas escenas, que sin duda presentes en el resto de América Latina, ya sea en las fabelas brasileñas, las poblaciones chilenas, en el altiplano boliviano o la sierra peruana. Irónica posición, más cerca del cielo para largo descenso a los infiernos. Es aquí, en el Medallo, donde se crean los famosos Sicarios, fieles representantes de una juventud abandonada y rencorosa, debido a la desesperanza y resentimiento. ¿Y qué es lo que hacen estos famosos Sicarios? Matan. ¿Por encargo de quién? De los narcotraficantes, después… por amor. Y pareciera ser en el nombre de Dios, al parecer el Diablo en persona. Y la culpa no es de ellos, ellos no escogieron matar, a ellos los escogieron para matar, por lo tanto, la culpa es de nadie… perdón, nos gustaría ¡El ganador es – redoble de tambores – la sociedad! ¡Hermosa retroalimentación!

Pasemos ahora a la Prensa. Los heraldos de la muerte y regenerados de esta fulminante maldad. Jugando en un tablero de ajedrez con un brazo que mueve las fichas, llamado opinión pública. Sin duda el rey y la reina son los ricos y el estado; los peones, los iletrados, los ignorantes, los manipulados. Desencantándonos aun más con los múltiples y diarios obituarios, colapsados por Sicarios y Ángeles Exterminadores.

Con aquello último seguimos a nuestro siguiente tema. La regidora de Medellín, la Muerte, tan atareada la pobre. Los Sicarios se han dedicado a hacer un excelente trabajo, ayudando a los narcotraficantes y reduciendo el número de sentenciados, tanto así, que el servicio público no ha dado abasto, ¡Si ni si quiera alcanzan las camas para todos los muertos!

Pero esto por qué. Ya sabemos que la muerte rige Medellín y no la ley; que los Sicarios se encargan de matar, los médicos de curar y las morgues de rebalsar. Pero la verdadera razón de esto es que la muerte se ha vuelto ley. Primero se mataba por encargo, eso está bien. Pero ahora que la gente ya se acostumbró, ahora se sigue haciendo por inercia, por instinto y sobre todo por venganza, si no era por encargo era por venganza. En verdad se mata por todo, porque me caes mal, porque me diste un codazo o me dijiste un garabato e incluso por llevar la radio muy fuerte, por absolutamente todo, nada se escapa. La muerte es la ley absoluta, después de ella no hay nada más. Es la violencia en su forma más pura. Les repito, la dictadora.

Querían quedar impunes, ja, los políticos, cómo se nos iban a escapar. ¿Inocentes? Ni pensarlo, pero tampoco más culpables que los demás. Pues todos viven al límite de su propia culpabilidad. Son un virus que utilizan como medio de reproducción el narcotráfico y la corrupción. Ustedes señores políticos no se hagan los lesos. Les tenemos una buena y una mala noticia. La buena, que de ingenuos no están pecando. La mala, que de todo el resto sí; acuérdense que por esto están siendo condenados pues, si siguen viviendo. Roban al pueblo, engordan sus bolsillos y los botan al terminar (de robar claro), ¿por qué no mejor se dedican a solucionar? Claramente éste no es su propósito, sino hubieran empezado a intentar a hacerlo de buena manara, repito, de BUENA manera.

Pero no todo es perdición en la sociedad, claro que no. Después de todo, la obra de Vallejo no es sólo eso, por lo que ignorar la historia de amor entre Fernando y Alexis sería un crimen. Para el narrador de esta novela, que insistidamente muestra su total desencanto con la realidad actual, la relación con el adolescente sicario, Alexis, es el escape. Un reencuentro con los verdaderos sentimientos de ternura y afecto. Que la relación amorosa tenga carácter de homosexual es irrelevante al trasfondo de la historia, pero sí puede constituir un concepto autobiográfico de su autor. Cada pasaje de la obra que nos relata la pasión con que estos dos seres sumergidos en la más incomoda de las posiciones dentro de una sociedad violenta y descarriada, nos sugiere que todavía hay alguna veta de salvación. Imposible dejar de lado la esperanza, ¿nos quedaría algo sin ella verdaderamente?

Hay que sentenciar todo lo anterior de alguna forma ¿no?, qué mejor entonces que dar un giro en ciento ochenta grados. Hablar de la forma del relato y su unión con el fondo, no quedaría mal a esta altura. La vitalidad de la narrativa de Vallejo nos muestra en carne propia con quien verdaderamente nos estamos metiendo. Un célebre latinoamericano que algunos lo catapultan como iniciador de una nueva corriente literaria en el continente. Sus ácidas críticas, su agresivo lenguaje, la emotividad de su relato quedan perfectamente constituidos en su manera de escribir, pues el lector puede sentirse consumido por la historia, o bien, ofuscado por su crítica. Carece de puntos apartes, pero abunda la coma y el punto final, esto sin duda da un aspecto de que estuviera sentando en nuestro living contándonos el viaje a su tierra natal. Su garabateado vocabulario nos refleja la violencia de nuestra propia lengua y sus reflexiones que aparecen en los momentos menos indicados manifiestan la fugacidad de la vida que estamos condenados a llevar. Cuando nos logra convencer de todo esto, viene el remesón, ya anticipado por el inesperado final de la historia de amor. Parte tratándote de parcero (compadre) y luego se despide rápidamente, dejando en evidencia que no estaba conversándote en el living, sino en la calle o en el autobús donde se encontraron.

En fin, tras todo el garabateo, qué nos queda. Hemos denotado el carácter deprimente quizás sin vuelta atrás de una sociedad. De una sociedad ladrona, asesina, amoral, perdida, ida… realmente, qué nos queda…

viernes, noviembre 18, 2005

La Monedita

La Monedita

La noche llegó como cualquier otra, como no iba a llegar, imposible. La Tierra tendría que dejar de rotar y para cuando eso pase yo ya habré salido a caminar una y mil veces y habré salido a navegar otras innumerables por los ríos metafísicos de mi vida.

Bueno, la cosa es que la noche había llegado. Había cenado tranquilamente unos tallarines al pesto, era mi lujo de la semana; en esos tiempos no disponía de mucho dinero. Después de lavar los platos me abrigué un poco, hacía un poco de frío.

Después de haber dado tantos rodeos de aquí para allá y de allá para acá, ya casi entrando en la desesperación por no poder salir a buscar mi monedita de diez pesos por las calles de Santiago. No les puedo decir por qué salgo a buscarla diariamente por las calles de este Santiago cubierto por una maliciosa nube permanente. Me da mucha vergüenza decirles, queridos amiguitos, por qué debo desesperadamente salir a buscar una, ¡realmente no puedo! Necesito contárselos amiguitos pero mi pudor me lo impide. ¿No es terrible tener que decir algo y no poder decirlo por vergüenza o peor aun, impotencia?

Ya. Basta de rodeos. La cosa es que salí al igual que todas las noches a buscarla. Llevaba el tiempo habitual recorriendo las calles en busca de ella. Veía a la gente comprando los cigarros en la esquina, uno que otro comprando droga en su plaza más cercana, un grupo de peques y no tan peques conversando, corriendo o fumando, jugando y cantando. Claro que uno siempre veía a los quinceañeros cerca de las botillerías, esperando a alguien que les comprara o ellos mismos intentado comprar. Todas estas escenas se veían casi a diario cuando buscaba mi monedita con necesidad apremiante. Es sagrado para mí encontrarla, amiguitos.

Pero ese miércoles, ella no quería que la encontrara. Ya no se veían a los quinceañeros y menos al grupo de peques jugando y yo todavía no encontraba mi monedita. Parecía como si todos se hubieran fijado en la que a mí me hacía falta con tanta urgencia.

Imagínense lo tarde que era que ya no había tórtolos ni nada de esos, quedaban solo ebrios y drogados. Con este panorama ya me daba medio y el agobio que sentía por no la había encontrado, amiguitos, era tremendo.

Y no la encontré, esa noche no pude encontrarla. Tras tantas noches sagradas haciendo este ritual, tan necesario para mí, tan necesario como tomar agua o cenar. Pero no pude, no pude encontrarla.

Volví a mi casa, pero antes de entrar me senté en las bancas que habían en la plaza frente a mi casa. Y rompí en llanto, un llanto desconsolado, siento no poderles decir el fin último de mi búsqueda pero me da vergüenza, amiguitos, lo siento, estoy llorando. Estoy llorando porque recuerdo la angustia y pena que sentí al no encontrarla. Eché una última mirada obsesiva por los alrededores, mas fue inútil, el destino me había torcido la mano.

Ya llegada la madrugada entré a mi casa y me dormí. Ese día no fui al trabajo, no tenía animo alguno para hacerlo.

Alrededor de las once y veinte de la mañana, recibí una llamada. Daniela Morales Pereira, había muerto. ¡Maldita sea esa moneda! ¡Maldito sea el destino, el KARMA, que me torció la mano! ¡Odio, la odio! Odio a esa mierda… (Déjenme limpiarme las lagrimas que o sino se correrá la tinta) y odio más aun la que tiene impreso por la cara, libertad y ese ángel, la odio por todo mi ser.

Mi mejor amiga, la Dani, mi amiga de la infancia, pero si era como mi hermana ¡ella la había matado!

¡No! No puedo escribir más, perdónenme amiguitos, pero no puedo…

Ya, ahora si. Descansé una hora, me soné, me limpié la cara y me tomé un rico tesito.

En el momento de la llamada me sentí devastada, no lo podía creer. Rompí en un llanto desgarrador, y lo que mis lacrimales no podía llorar, mi yo metafísico lo lloraba por mí. La pena que sentí durante esa semana fue terrible. Gracias a mi familia y amigos no fue peor.

Mi pobre Dani, pensar que había muerto gracias a esas tan maravillosas micros amarillas de Santiago… es increíble, desde ese día cruzar la Alameda me da un miedo increíble, y ahora que hacerlo tiene una tasa de mortalidad del uno por ciento... Pero bueno, la vida me exige cruzarla y lo haré y si mi ser me dice que busque afanosamente esa moneda… lo haré.

Saben amiguitos, creo que les voy a contar el porqué de la búsqueda. Desde chica me habían gustado las monedas, chicas, grandes, amarillas, plateados, doradas, doradas y luego amarillas, todas. Y empecé a juntarlas y por algún motivo siento que la de diez pesos tiene un valor especial, claro que desde ese día es fundamental. Quizás si ustedes me conocieran entenderían mejor, pero sentía, y ahora sé, que si no encontraba la moneda de diez pesos, alguien que sus nombres empiecen con M, de moneda; D, de diez; P, de peso…Iba a morir.

P.D: Todas las criticas son aceptadas, para así poder mejorar mi escritura y el cuento. Gracias

domingo, noviembre 13, 2005

De Vuelta

De Vuelta

Ulises Lima

La mañana estaba fría. Había amanecido nublado y corría esa típica brisa mañanera que sopla diariamente en la playa. Me vestí, tomé desayuno, agarré el auto y me fui a dejar las llaves de la casa que había arrendado la segunda quincena de Enero.

Desgraciadamente la dueña había salido a comprar el pan para hacer el desayuno, así que se las dejé a su hijo y me dirigí, desgraciado, de vuelta a Santiago: ese Santiago desconsolado por la contaminación, estresado por el solo hecho de que se viva en él, ese Santiago que se levanta todos los días para trabajar y producir menos de lo que habla un ermitaño con su amigo de la infancia.

La carretera estaba vacía. Debía ser el único que se despertaba a las ocho de la mañana y ya a las nueve y media iba de vuelta a la rutina. La hora pasó y solo me quedaba una hora de viaje, unos kilómetros después el camino se bifurcaba y tomé la derecha como solía hacerlo cada verano, nada espectacular.

A los pocos kilómetros vi un letrero que decía: “Cuidado. Camino sin salida”. No le di importancia. Nunca lo había visto, ni si quiera cuando iba camino a la playa. Pensé que pudieron ser algunos chicos queriéndole jugar una mala pasada a alguien, a algún turista o a alguna persona que no conocía la carretera.

Ya llevaba más de una hora conduciendo por esa carretera y seguía y seguía avanzando entre cosechas y puestos, puestos que vendían una u otro cosa característica de la zona. Me imaginé, que, quizás, como estaba conduciendo algo somnoliento, había tomado el camino equivocado. Decidí dar la vuelta en el próximo puesto de ventas que viera. Así lo hice.

Empecé el retorno a la bifurcación que nunca llegaba. Me había metido en una carretera, al parecer la misma de siempre, que con suerte tenía una que otra curva para sortear el cerro o llegar a un lugar apropiado para hacer un puente y cruzar el río, el risco o lo que fuere, donde siempre paraba en alguna parte para tomarme una coca-cola o una cerveza de las que me sobraban. Pero no, la carretera parecía interminable, ya me había tomado dos cervezas y tres coca cola, había cruzado ya dos veces el mismo río y había hecho ya dos veces las mismas curvas, quizás tres.

Decidí bajarme donde viera a la próxima señora vendiendo lo que arduamente había conseguido cosechar(en verdad su marido e hijos, pero en fin). Llegué, me bajé del auto, el ambiente estaba seco, pero curiosamente el cielo anhelaba dejarse caer en un llanto descomunal. Caminé directamente a la señora que salude con cortesía y me respondió buenos días. Disculpe – le dije – me gustaría saber en que parte estoy. En ninguna parte, me respondió. Entonces, ¿cómo salgo de acá? Hasta nunca me dijo y a su casucha entró.

Con confusión me dirigí a mi auto pensando en que alguna persona me respondiera algo coherente que me permitiera salir de este maldito lugar.

Pregunté a al menos diez personas y me contestaron todas lo mismo. Mire – me decían – siga derechito hasta que se quede dormido, al poco rato le chocará un camión. Así se sale de aquí.

Aún mas extrañado volví a subirme al auto. Volví a manejar siempre viendo uno que otro auto, unos parecían de los ochenta, otros de los setenta, como también de los cuarenta, algunos parecían autos último modelo e incluso había personas que iban en un carruaje de la época de la colonia. Todos los que iban adentros estaban con cara soñolienta, tratando de dormirse y que algo les atropellará. Pero lo hacían en vano, el ambiente estaba seco y tristón, el celo lo único que quería era llover para que el fruto no creciera más y al fin el sol pudiera salir a dar vida a ese lugar después de haber barrido con esa inercia que se respiraba.

El día pasó, o por lo menos eso pensé. El día nunca avanzaba. Cada vez que veía mi reloj eran las nueve y treinta y dos de la mañana, y a lugareño que le preguntaba me respondía que eran las nueve y treinta y cuatro; sus relojes estaban adelantados dos minutos respecto al mío.

Me resigné a hacer lo que ellos me habían indicado: conducir eternamente como todos los que vi.

Un día, comencé a hablar con ellos y todos coincidiamos en que ibamos de vuelta de vacaciones hacia la capital, nos habíamos levantado temprano para ahorrarse cualquiera demora o taco que se presentara, todos habíamos tomado la bifurcación a la derecha, todos habían decidido hacer lo mismo que yo, los únicos que diferían eran el conductor y la dama del carruaje.

Noté como todos se habían resignado, yo también lo había hecho. Seguimos andando y nos acostumbramos, cuando nuestros relojes internos nos indicaban, a jugar póquer con los lugareños y saciar nuestra sed y hambre, más bien comíamos y bebíamos por costumbre ya que ninguno sentía ni hambre ni sed.

En uno de esos días interminables, sentí humedad en el ambiente y miré que todos tenían cara de extrañeza. Pasó el tiempo y comenzó a llover. El lugar se empezó a marchitar rápidamente y quedó igual que una hoja en otoño. El paisaje, poco a poco, comenzó a cambiar y los rostros de nosotros a esbozar una ligera sonrisa.

Al poco rato nos quedamos dormidos. Despertamos cada una en su alcoba, en Santiago, en su respectiva época. Todos nos levantamos como si nada hubiera pasado, fuimos a comprar el pan antes de que nuestra pareja se despertara y llegara el arrendatario de la costa a entregarnos las llaves.


P.D: Un favor quiero pedir, los textos escritos por Ulises Limas, criticar sin la menor gota de piedad, eso.

Inauguración

Inauguro este blogg, de escritura y no de fotos, los cuales encuentro, varios de ellos, especialmente los comentarios, hipócritas y falsos, pero no todos, para fomentar el ejercicio literario en todo su aspecto, es decir, leer, escribir, recomendar, criticar, etc. Así también para publicar noticias y datos curiosos encontrados por ahí, etc.
En fin, have fun.